viernes, junio 8

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Recuerdo que el año pasado criticaba cómo los pueblitos del campo, estaban llenos de fincas y haciendas descuidadas, pues sus dueños vivían en la ciudad y apenas si se ocupaban de sus tierras..., cuestionaba también, cómo la vida rural cambiaba con las hordas de turistas que llegaban en navidad, semana santa o los fines de semana y el pueblo entero tenía que modificar sus rutinas y soportar los caprichos de los visitantes (música estridente, costumbres mal sanas, comida “especial” etc). Ahora soy yo quien hace parte de lo que antes cuestionaba.

Cuando me salio el trabajito en Bogotá, muchas cosas que estaba haciendo en el campo quedaron a medio camino, creí que con encargar a unos familiares ciertas cosas y pagarle un jornal a un muchacho para que haga pequeñas rutinas (desyerbar, estar atento de los vecinos y la cooperativa...), era suficiente, pero no.

Aquella alcantarilla mal puesta de mi vecino, aún me sigue perjudicando, aunque la alcaldía le ordenó limpiar el pozo de agua que había tapado y restablecer un pequeño cause que también había afectado, el dañó quedo hecho, pues quedó un hueco (el de la alcantarilla que arbitrariamente hizo) y un fuerte desnivel, estoy cotizando y planeando cómo organizar ese pedazo de tierra, creo que abriré unas zanjas que luego me sirvan como cunas para algún árbol, el problema es que se debe cavar más o menos un metro en una roca metamórfica y ello requiere varios obreros y jornales de trabajo... Todo es dinero y de ello estamos escasos...

De otra parte, siento una mezcla de melancolía y celos..., en el ritmo de vida que llevaba antes, había cierta magia y lo extraño..., por las noches dormía en un pequeño ranchito bajo un árbol de Cucharo, me tomaba una cervecita con doña Ignacia antes de irme a la casa..., añoro el olor a guayaba de ciertos caminos, y extraño también las tardes de sexo, ron y libros.

Ni hablar de las cosas que me he perdido, como el gallo fino de mi tío que cantaba como un perro y que se lo comió una comadreja, o el día del campesino en el que se inauguró la cárcel del pueblo con capacidad para seis personas...

Estoy decaído, a mitad de semana recibí la llamada de un primo, que con palabras fuertes me dio a entender que era mejor prescindir de cosas si no se es capaz de corresponder a las obligaciones...

El cambio brusco, el tiempo que es un verdugo, el montón de responsabilidades, la escasez de dinero, el no tener controlado lo que uno quisiera, la presión con los edificios que estoy diseñando y la confusión de sentimientos ... ello me tiene “vulnerable”.

Creí que retomando mis actividades en Bogotá estaba saneando definitivamente mi crisis amnésica, pero la vida no es así, la vida no son ciclos cerrados que uno decida que terminen arbitrariamente, cada hecho trae consigo nuevos afanes y los anteriores siguen con uno.





 

posted by rafico @ 7:45 p. m. Comentarios: 12


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