Contaré lo que me aconteció esta semana.
Con mis tíos y primos conformamos todo un popurrí de personalidades, es costumbre que cada semana santa nos reunamos en la casa de mi abuela, porqué semana santa?, bueno, en el campo, esta época es de cosechas, turistas, negocios y de cierres contables, por lo que nos parece propicio reunirnos esta semana, no solo para vacacionar, sino para arreglar cosas de la finca y la casa de la abuela, venderle algunas cosechas, colocarse al tanto con compromisos vecinales, en fin, un sin número de actividades que aunque pasan por simples, implican una inversión de tiempo y dinero, y claro, nos reunimos también, para disfrutar de la comida y las tradiciones religiosas de esta época.
La mayoría de mis primos y tíos llegan de otras ciudades, y los pocos que residimos en el campo, nos corresponde brindar lo básico para los que vienen. En mi caso, yo resido por temporadas en el campo y en Bogotá, y tengo la dicha de tener una pequeña finca (nada suntuosa), que me permite tener un sitio propio donde pernoctar. Algunos de nosotros nos hemos organizamos en comisiones para preparar todo lo que concierne a la reunión, por ejemplo, el pescado que consumirá la familia durante la semana santa es una de las cosas más importantes, así que una comisión se desplaza a las ciudades de Honda y la Dorada (Ciudades a Orillas del río Magdalena), a comprar el pescado directamente en las canoas de los pescadores, siempre la abundancia de peces que se registra por estas fechas, hace rentable el viaje, pero esta vez todo cambio. Un tío mecánico, un primo comerciante de fruta y su ayudante, les correspondió dicha tarea, pero la subienda de pescado no fue la de antes y los precios estaban muy altos. Con ello comenzó una andana de cosas que me ocuparon desde el martes hasta hoy Domingo.
1. Para no perder la tradición, me comprometí a conseguir el pescado, y cual sería mi sorpresa, que aquí en Bogotá en el supermercado de la esquina de mi casa, había pescado importado (Argentino y hasta Noruego), a un precio cuatro veces menor comparado con lo que se conseguía a la orilla del río, me comunique de inmediato con mi tío y primo, y compramos la cantidad que requeríamos. Lo anterior no es extraño sabiendo que es un hecho la globalización de los mercados, pero para nosotros que tenemos nuestras raíces en el campo, es muy contradictorio.
2. Ya en carretera un reten de la policía nos pidió una licencia para trasportar tal cantidad de pescado (25 libras), obviamente no teníamos ninguna licencia, y por la indelicadeza de mi tío al intentar sobornar burdamente a los policías, nos retuvieron la camioneta y multaron a mi tío, pero él, curtido en estas situaciones explicó y hasta suplicó, que nuestro viaje no tenía ningún fin comercial, el caso es, que fueron más de cinco horas detenidos en dicho retén y después de unas cervezas, chistes y un doble soborno, nos embarcamos nuevamente al camino.
3. Al llegar donde mi abuela, ya bien entrada la noche y cansados, sumergimos el pescado en una alberca de agua (pues no hay neveras, ni tampoco electrodomésticos en la casa de mi abuela), así que el pescado debía descamarse, quitarle las entrañas, adobarlo, y sacar las correspondientes porciones, todo ello tenía que hacerse inmediatamente, para que no se dañará la carne por falta de refrigeración, empecé a convocar entonces, a varios de mis primos que ya estaban allí, para que entre todos arregláramos los pescados; pero no, los muy holgazanes prefirieron dormir, desentendiéndose completamente de la urgencia que teníamos, y se armó una verdadera batalla, improperios venían, reclamos del uno, reclamos del otro. Solo tres tontos entre ellos yo, amanecimos arreglando el pescado.
4. Al otro día, una extraña alergia le dio a una de mis perezosas primas, después de dormir poco o mejor dicho nada, me correspondió llevarla al hospital pueblo, porque a mí?, pues el medico del pueblo es un amigote de parranda del joven rafico. Estando en el hospital, mi amigo me dijo que era una intoxicación por mariscos, Mariscos?, -me pregunté-. Pues resulta que los muy rufianes de mis primos, comieron hasta hartarse en silencio unos cazuelas que un tío había mandado para estos días santos, y hasta ahí llegó mi paciencia, me fui a mi finca y les dejé una nota que decía así _AHI LES DEJO LOS PESCADOS PARA QUE SIGAN COMIENDO SOLOS_
5. Ya el Jueves, muy de mañana mi tía me llamó, para convidarme que regresará, me llené de excusas, le conté lo sucedido, pero con esa magia que tienen los mayores cuando recurren a los recuerdos, me convenció a regañadientes. Solo le pedí que viniera por mí, Humberto, mi primo con quien más había discutido, y claro que llegó, pero llegó drogado. No podía decirle nada pues no tenía autoridad moral para hacerlo y tampoco, podía llegar con él en ese estado, entonces, para que se le pasara el efecto de lo que consumió, le di un sombrero, unas botas, un delantal y lo puse junto conmigo a cosechar unas cuantas canastillas de Pera (Ese es uno de los cultivos que tengo en mi finquita), recolectamos veinte canastillas, las empacamos, comimos atún con Yogurt de almuerzo y ya algo tarde nos fuimos a la casa de la abuela, durante todo el tiempo que estuvimos no cruzamos palabra alguna con Humberto.
6. En casa de la abuela, la mayoría se había ido a misa, dejé a Humberto encamado y comí unas arepas que habían hecho, conversé con otros primos y después me fui. Llamé a mis amigotes y nos encontramos en el casa de uno de ellos, charlamos de lo divino y lo humano, jugamos cartas, e hicimos otras cosas que no se cuentan y así pasó esa noche.
7. Al otro día me esperaba el injusto regaño de mis tíos, resulta que mis primos, los más pequeños como estaban solos, les dio por meter unos gatitos (cinco exactamente) en un tubo, sí un tubo, y pasó, que mataron a los pobres animalitos, todo un sacrilegio en estos días santos, me recriminaron por no esperar a los que estaban rezando e irme dejando aquellos angelitos solos, además según ellos, les había dejado a Humberto borracho. Yo no estaba para injustos reclamos y no quería discutir más con mi familia, aunque algunos se solidarizaron conmigo, era evidente que esta semana no era para mi.
Casa de mi abuela en Boyaca
8. Viernes y sábado fui: cocinero, mandadero, guardián, consejero, conductor, prestamista, celador, carga sillas y hasta acólito en los rosarios que rezaban mis tías.
Hoy domingo retorné a Bogotá, antes dejé algunas cosas encargadas en el campo, pues sepan que mañana empieza otra rutina en mi vida y este trimestre que viene, estaré atareado aquí en la ciudad. Ya es de noche, estoy cansado hasta los tuétanos y créanme que al escribir esto, me siento desahogado y más liviano (perdonen eso sí, el estilo y lo extenso del relato). Me embarga sin embargo, un halo de melancolía, siento que algo cambio, con migo, con mi familia y con la tradición que guardábamos, pienso también, mucho en mi abuela y su ancianidad.