miércoles, marzo 22

ADÁN Y CARMEZA


Don Adán es un vecino de la vereda y su historia es esta:
Ambos campesinos, se conocieron desde niños, ella mayor y él menor, ella trigueña de ojos claros, y él, gordo y de rostro expresivo, ella se fue a la ciudad con su adolescencia y él, en el campo se quedo.

Él, vivió de la herencia de sus padres, en una casa que él mismo construyo, muy coqueto con las mujeres, su juventud pasó. Ella en cambio, después de unos años al campo con su madre retorno, acompañada de una hija cuyo padre jamás respondió.

En los caminos de este campo se reencontraron los dos, saludándose siempre, “Adiós Carmencita”, y ella, “Adiós Don”.

Él es Adán y quería a Carmenza como su mujer, un día sin saber porque, decidido y apurado Adán le dijo a Carmenza: “Mañana a escondidas nos casamos, Leonor su hija, será la paje que lleve los anillos, yo me encargo de todo, la fiesta la hacemos el día del bautizo de nuestro primer bebe y a su mamá le contamos cuando ya estemos casados”.

Ella incrédula no le contestó, pues de los antiguos desamores aprendió que las palabras y las promesas vuelan. Muy de madrugada Adán a ambas saco de la cama, Carmenza confundida, sumisa obedeció, se casaron a las seis de la mañana, el de corbata y ella de saco azul y pantalón.

Por prevención de Carmenza el bebe no llegaba, aunque él insistente lo pedía, ella le explico que a una niña sola había criado y que no quería estar nuevamente sola con un niño más, además, desconfiaba que en verdad estuvieran casados.

Don Adán entonces, pago una misa por los muertos de ella, arreglo la casa de su suegra, registro a Leonor como hija suya, rebautizándola Leonor Susana, rodeo su casa con jardín de flores para que Carmenza se deleitara con ellas y desde ese día, todos los días, inventaba un beso en las mañanas para ella.

Un día, pidió a Carmenza que hiciera un gran almuerzo y convoco en su casa a todas las mujeres de la vereda, algunas con sus hijos, otras con sus maridos y otras solas; cuando las tuvo a todas sentadas y después de comer, se levanto y les dijo: “Carmenza es mi única mujer, si alguna vez tuve algo con alguna de ustedes, hoy, no se compara con lo que siento yo por ella”.

Así llego el bebe y se llamó Romeo (el de la foto).

Paso el tiempo y un buen día sin que su esposa supiera, Adán compro un billete de lotería, se lo gano, reclamó el premio, pero cuando salía de reclamar el dinero, alguien lo robo. Tanta pena y desazón le dio, que Adán a su casa no volvió y Carmenza por varios meses, de Leonor y Romeo, sola se ocupó.

Después de dichos meses, Adán retorno pero distinto, adelgazó al extremo, de pena moral se postró cataléptico al silencio y a Carmenza no volvió a tocar. Carmenza al principio no supo porque era la pena de su esposo, pero asumió decidida sus nuevos compromisos, Adán, la finca, la casa, los niños y su madre, ahora, ella era quien inventaba un beso cada día y sabia que tenía que rescatar de la ausencia a su esposo, así que no lo dejo solo y para ello se compró una silla, en la que sentó a Adán, le acondicionó con cobijas y almohadas y lo llevaba a todo lugar donde ella estuviera, incluso cuando hacía mercado o vendía sus animales.

Pero peso más sus obligaciones y Carmenza decidió vender la finca donde vivían, muchos hombres concurrieron, más por su condición vulnerable para ser cortejada, que por la finca.

Sin embargo, Doña Lucrecia una mujer delgada, de ojos y cabello oscuro, risa fuerte y antigua novia de Adán, visito a Carmenza y le dijo:

“Adán de muy joven dijo que me amaba, yo fui su primer amor, y mientras usted no estaba, ambos en nuestra juventud soportamos una tragedia común, que termino en una tímida promesa entre los dos, por ello lo sigo amando y ahora en su situación, le hago esta propuesta: quédese con su finca, le compro su marido, con silla y todo”.

Carmenza le pidió que viniera al otro día por una respuesta.

Lucrecia volvió y Carmenza le dijo: “Adán no dice nada y sospecho que su silencio es por mi, no me extraña lo que me ha dicho, pues conozco el carácter de Adán, pero no es de mi decidir, cuando no sé lo que él piense, pero tampoco quiero anteponerme a una voluntad prometida, así que si usted desea, ayúdeme a cuidar a Adán”.
Entonces juntas, Doña Lucrecia y Carmenza se ocuparon del ausente Adán, de Romeo y de Leonor, ambas se entendieron en las tareas cotidianas de la finca y su cofradía se unió más, cuando murió la madre de Carmenza. Mientras Doña Lucrecia estaba, se sabía que Adán aún no hablaba.

Los años pasaron y hoy en día, Romeo es padre soltero y vive con su hijo Tomás en la casa de la abuela. Carmenza la esposa de Adán se marchó con otra mujer, Leonor y Doña Lucrecia, son ahora pareja y juntas se ocupan del ausente Don Adán y de las rutinas de la finca.

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El amor es sencillo, se ensalza en las desgracias, muta y se transforma, a veces no es suficiente y en otras, no controlamos los caminos que toma.
Además, las relaciones humanas son complejas y las personas también, aquel que está a tu lado de seguro no sabrás, en que condiciones te relacionarás con él en el futuro.
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Posdata.
Este relato no es ficción.
Con Leonor nos conocemos desde niños, con ella compartimos gustos y solo con su autorización publico los detalles de esta historia y la foto, los diálogos son trascripción de su memoria.
Su intención es romper una cadena de silencio que la cobija y yo le propuse este espacio.
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posted by rafico @ 5:49 p. m. Comentarios: 8


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